Un pequeño pueblo abulense de apenas 40 habitantes, en el piedemonte de la sierra de Gredos, ejemplifica a la perfección la llamada España vaciada. Se trata de un municipio de origen medieval y dedicación agrícola que posee una identidad arquitectónica propia basada en casas construidas con gruesos muros de granito, techos bajos de madera, cubiertas de teja y ventanas prácticamente inexistentes para combatir el frío del invierno. Esta tipología constructiva queda enmarcada en un paisaje de pastizales, vegetación de ribera, matas de robles y prados cercados. Uno de estos últimos es Prado Toro, una extensión natural de 10.000 m² circundada por un arroyo que un día sirvió para el pasto de vacas y que hasta ahora ha estado abandonada. Este lienzo en blanco se presentó, a modo de legado familiar, al arquitecto Antonio Antequera, de Extrarradio Estudio, para proyectar una pequeña construcción donde pasar los fines de semana. “Dejas el coche y te olvidas del bullicio y el estrés de la ciudad. Recorres un pequeño paseo y ya estás en el campo”, explica a ICON Design el arquitecto.
El proyecto desencadenó un exhaustivo proceso de aprendizaje tipológico y cultural para Antequera, que ha dejado atrás “vicios arquitectónicos” aprendidos y ha compuesto, gracias a relatos familiares, un imaginario propio sobre la vida en el pueblo. El resultado de este viaje de conexión con sus orígenes es una cabaña de uso residencial que rinde homenaje a la arquitectura vernácula castellana, ofreciendo una mirada renovada sobre la tipología edificatoria de la sierra de Gredos.
La cabaña se asienta en el centro de la parcela, circundada por vegetación y alejada unos 100 metros de la carretera. Al aproximarse a la edificación, llama la atención su aspecto exterior. Alejada de convencionalismos modernos, la imagen que se nos presenta tiene que ver con la pertenencia y el arraigo al lugar, con una envolvente que ha sabido identificar su contexto climático y estético.
Se trata de un paralelepípedo blanco de reducidas dimensiones ―las máximas que permite la normativa urbanística― y una cubierta a dos aguas que recuerda a las antiguas construcciones agrícolas utilizadas para guardar herramientas y heno. Cada uno de los elementos de la cabaña en Prado Toro ha sido cuidadosamente seleccionado por Antequera. “Desde el inicio tenía claro que quería diseñar un proyecto que bebiera de la tradición en el uso de materiales”, afirma el arquitecto. En este caso, la cubierta se materializa con tejas que se invierten, formando un perímetro en la parte alta de la fachada para protegerla del viento y de la humedad; siguiendo una técnica habitual en las construcciones de la zona. A su vez, la fachada inferior se cubre con Tirolesa, un procedimiento de aplicación local in situ que mezcla mortero de cemento y chinas para eliminar posibles irregularidades, aportando homogeneidad al conjunto. Todo ello queda enmarcado por un pavimento de granito de Ávila que, formando un semicírculo, acota un espacio exterior ideal en las noches de verano.
El interior del proyecto cambia radicalmente la percepción que genera el exterior. Un efecto sorpresa que ofrece una mirada renovada frente a la tradición, incorporando elementos domésticos contemporáneos. “Queríamos que la cabaña se alejase del típico mesón castellano oscuro y encerrado en sí mismo”,cuenta Antequera. Esta dicotomía se traduce en un interior diáfano, libre de tabiques, que fomenta ―mediante ventanas en todas las esquinas― visuales lejanas para recalcar la presencia del campo. También se incorporan notas de color rojo en el mobiliario, como contrapunto a los tonos neutros presentes en el pavimento y en las vigas de madera de pino que conforman el techo. “En el interior hemos incorporado el color, algo recurrente en mis proyectos, pero sin olvidar los elementos que se supone debe tener la imagen de una cabaña”, explica el arquitecto.
La distribución interior de la vivienda se divide en dos niveles. De algún modo, esta disposición recuerda a las casas de pueblo de principios del siglo XX, donde la planta inferior se destinaba a los animales, para que diesen calor al dormitorio situado en la planta superior. La cabaña de Prado Toro cuenta con una planta baja de 40 m² que incluye un salón comedor con cocina abierta, un baño y una chimenea central. A este nivel se le añade un altillo para alojar el dormitorio. Este anexo se materializa mediante una estructura ligera de madera de pino y se conecta con una escalera metálica. Con ello, se refuerza el concepto de contraste entre el interior, liviano y contemporáneo, y el exterior, masivo y tradicional.
También hay que destacar el sistema de climatización y refrigeración de la cabaña, basado únicamente en la presencia de la ya mencionada chimenea y en las bondades de la arquitectura pasiva. El buen diseño de la envolvente permite habitar la vivienda todos los meses del año sin necesidad de aportes energéticos externos. En invierno, la inercia del propio terreno ―la cabaña se encuentra semienterrada― proporciona una temperatura estable que, junto a los 10 centímetros de aislamiento de la fachada, hacen que el intercambio energético con el exterior sea mínimo. En verano, la buena orientación de la construcción y la ventilación cruzada hacen que el interior se mantenga fresco.
Todos estos elementos configuran el nuevo imaginario de Prado Toro, una cabaña construida con materiales y técnicas locales que reivindica la vida en el campo. Un soplo de aire fresco frente a las urbes masificadas que abre caminos arquitectónicos en la llamada nueva ruralidad.