El Cuartel General del Ejército, de donde salieron los golpistas hace un año para oponerse al presidente, Lula da Silva, fue construido por el arquitecto brasileño más universal durante los peores años de la dictadura
Niemeyer (1907-2012) para las sedes de los tres poderes en Brasilia fueron presa fácil de los bolsonaristas el 8 de enero de 2023. La turba subió ágilmente por las rampas. En un santiamén, arrasó con las fachadas acristaladas. Los golpistas habían partido aquella mañana dominical de otro complejo arquitectónico diseñado por el arquitecto brasileño más internacional, el Cuartel General del Ejército. Cuando Niemeyer, orgulloso comunista, recibió el encargo de crear los principales edificios públicos de la nueva capital también incluía la sede del poder militar. Lo llamativo es que el monumental cuartel de formas curvas y cemento armado fue construido entre 1968 y 1973, precisamente, los años de plomo de una dictadura ferozmente anticomunista. Cosas de la Guerra Fría. Desde entonces, es la sede del ejército de tierra. Quizá por eso es una obra muy olvidada (o ignorada) entre el vasto legado del artista carioca. Pocos en Brasil conocen la historia del edificio.
Cuentan que Niemeyer recordaba con cariño la camaradería entre los obreros y los ingenieros durante la construcción, en los cincuenta, de la futurista capital. “El día de la inauguración [en 1961], con el presidente, los generales, los diputados, todos los altos cargos y sus damas de la alta sociedad, todo cambió. La magia se rompió de golpe”, lamentó. Perpetrado el golpe en 1964, los militares cerraron el Congreso en 1968 mediante el decreto AI5.
El martes pasado, un solitario soldado raso hacía guardia en la gran seña de identidad del cuartel: la concha acústica —para proteger a las autoridades durante los desfiles, 12 metros de altura, forma curva y un eco impresionante—. Delante, una avenida de seis carriles ideada por Niemeyer para el desfile de tropas que, durante dos meses antes de que Lula asumiera la Presidencia, estuvo tomada por el campamento bolsonarista que reclamaba una intervención militar para impedir la vuelta del líder izquierdista al poder. A unos pasos, un teatro de cubierta ondulada donde actúa la Sinfónica de Brasilia. El Ejército lo alquila para eventos.
Las visitas tienen vetado el resto del complejo, dos enormes bloques rectangulares de oficinas. Esa mañana dos parejas de turistas caminaban por los jardines mientras un escuadrón de cazas surcaba un cielo azul intenso salpicado de esponjosas nubles.
Cualquiera que esté familiarizado con el trabajo de Niemeyer reconoce inmediatamente el trazo de su lápiz en el cuartel. El Ejército —cuna profesional del anterior presidente, Jair Bolsonaro, y bastión de de sus secuaces— no oculta, pero tampoco presume de que su casa es obra de uno de los comunistas más famosos de Brasil. Al día siguiente de la asonada, la policía desalojó el campamento y detuvo a más de mil personas.
La relación entre Niemeyer y los militares estuvo llena de altibajos y contradicciones. Nada tan llamativo. A fin de cuentas, Brasil es el país en el que el régimen militar, que quería a Caetano Veloso y a Gilberto Gil bien lejos en el exilio, aceptó la propuesta de los artistas de celebrar un último concierto para recaudar fondos antes de marchar a Londres. Lo cuenta Veloso en su autobiografía, Verdade tropical.
“Es un edificio icónico”, explica en una entrevista por videollamada el arquitecto Bruno Campos, que dedicó al Cuartel General del Ejército su tesis de maestría. “Niemeyer lo propuso como un palacio. La idea era que cada uno de los poderes tuviera el suyo”. El de Planalto, para el presidente; el de Alvorada, residencia oficial del mandatario; Itamaraty, sede de la cancillería; el del Tribunal Supremo y el del Congreso. A la Iglesia católica le construyó una peculiar catedral cuyas campanas fueron donadas por la España del dictador Francisco Franco.
“Es una obra muy escondida en la historiografía. Imagino que porque se construyó durante la dictadura, porque no es muy accesible y porque es un símbolo de las Fuerzas Armadas”, explica Campos. “Un coronel me consiguió permiso para entrar en una sala de la biblioteca [del cuartel] donde guardan los planos originales, es un archivo muy rico”.
Aunque el calificativo de palacio para el cuartel no sobreviviera a las tensiones de la época, este investigador de la Universidad de Brasilia defiende incluirlo en ese elenco. Por varios motivos: el sistema constructivo racional, los elementos prefabricados, y, como otras de las obras emblemáticas del artista, unos jardines del paisajista Burle Marx y un panel de azulejos de Athos Bulcão.
Para 1964, año del golpe de Estado, Niemeyer era un profesional consagrado con un discurso antiamericano que resultaba incómodo a las Fuerzas Armadas. Elogiaba al chileno Salvador Allende, firmaba cartas en defensa de la democracia y artículos en los que proclamaba: “Soy un comunista de verdad”. Amigo de Fidel Castro y Hugo Chávez, nunca perdía la ocasión de criticar la desigualdad y las injusticias. Como otros opositores brasileños, fue espiado e interrogado, pero nunca detenido. Los militares no tuvieron coraje, decían sus amigos.
Al arquitecto Campos le interesaba el edificio pero también le intrigaba el momento histórico en el que fue construido. El artista y los generales se tragaron los recelos mutuos y colaboraron durante buena parte de la obra del Cuartel General, aunque Niemeyer ya se había exiliado en París. Enfadado por reiterados atrasos, el Ejército lo apartó bruscamente. “Perdió el control del proyecto”, cuenta Campos. La Fundación Niemeyer no respondió a las solicitudes para que diera su versión de esta época.
El episodio más recordado y repetido sobre Niemeyer en tiempos de la dictadura (1964-1985) es el pulso con los generales por el futuro aeropuerto de Brasilia. El arquitecto diseñó un aeródromo circular, que los militares rechazaron de plano: debía ser rectangular. Los uniformados ganaron la batalla. También tuvo pulsos con la Iglesia católica. El obispo de Belo Horizonte se negó a consagrar la iglesia de Pampulha porque la firmaba un ateo.
En un gesto especialmente hiriente, la dictadura lo acusó del peor crimen que puede perpetrar un artista: plagio. Así lo recordaba en sus memorias, As curvas do tempo: “La indignidad alcanza límites inimaginables cuando el coronel Manso Neto crea un boceto con el que pretende demostrar que copio a Le Corbusier”. Lo enrabietó que el rumor llegara a los círculos de poder, en los que tan bien se movía. Trabajó con el francés en el equipo internacional que diseñó la sede de la ONU en Nueva York.
Tras la bronca del aeropuerto, un alto mando proclamó: “La casa de un arquitecto comunista está en Moscú”. Niemeyer entendió que era momento de irse, pero no a la URSS, sino a París.
Para entonces, la policía había asaltado su estudio y la revista de arquitectura Módulo, que dirigía. Dimitió, junto a más de 200 profesores, de la Universidad de Brasilia en protesta contra el régimen militar. Mientras perdía encargos en su patria, el destierro derivó en oportunidad. La aprovechó.
El arquitecto brasileño diseñó la icónica sede del Partido Comunista Francés, la editorial Mondadori, en Milán (inspirada en la cancillería de Itamaraty, en Brasilia), universidades en Argel… Su proyección internacional se disparó. Con él, la arquitectura brasileña entró en la élite mundial.
Niemeyer nombró a otro arquitecto al frente de la gestión cotidiana de la obra del Cuartel en Brasilia, como en otros proyectos. Eligió a su antiguo yerno Carlos Magalhães, al que Campos entrevistó para su tesis. “Él sí que estuvo detenido en la dictadura. Me contó que lo soltaron por mediación del arzobispo, al que conocía por el proyecto de la catedral”.
Magalhães le relató una anécdota que puede ilustrar el carácter brasileño. En los ochenta, el Ejército concedió a Magalhães la medalla del Pacificador por los servicios prestados durante la construcción de su monumental sede. En solidaridad con sus colegas represaliados, el arquitecto declinó recibirla en una ceremonia pública. Los militares se la hicieron llegar discretamente en una cajita. Se la entregaron en un pasillo del cuartel, sin alharacas.
Las visitas de Niemeyer al Brasil de la dictadura se hicieron más frecuentes a medida que la democracia se abría paso. Siguió creando sin descanso en su estudio, en la playa de Copacabana. Cualquiera que viaje por el Brasil urbano se topa a diestro y siniestro con esas formas tan sugerentes y tan fácilmente reconocibles. Creó el Sambódromo de Río de Janeiro, un estadio de rodeo para los cowboys brasileños, un museo con forma de platillo volante que se asoma a la bahía de Guanabara y mucho más… A los 99 años, se casó por segunda vez. Tenía 103 cuando regaló el centro cultural Niemeyer a Avilés (España). El ateo que creaba iglesias, el comunista que levantó el Cuartel general del Ejército murió a los 104 años.