Santa Cruz de la Sierra se posiciona sobre los llanos orientales de Bolivia, a orillas del río Piraí. Siendo la ciudad más poblada del país, deja entrever una extrema complejidad social y cultural rodeada de extensas pampas y llanuras. Además, representa una de las ciudades más desarrolladas de Bolivia al contar con un indicador municipal de desarrollo sostenible elevado. Indagando en la importancia de la arquitectura comunitaria, la apropiación popular, el carácter de urbanidad y demás conceptos, este artículo explora la historia detrás del Monumento a la Cumbre de las Américas a partir de una serie de narrativas, documentaciones, dibujos e imágenes capturadas por la lente de Pino Musi.
Desde hace ya años en Occidente y en Oriente, la consolidación del sentido comunitario dentro de los centros urbanos ha estado basada en imágenes que resultan aceptadas por la colectividad en general, pudiendo clasificarse en materiales, culturales o personajes. Ante una falta de elementos comunes arquitectónicos, artísticos, patrimoniales o paisajísticos, el sentido de pertenencia, que es fundamental en la construcción de cualquier sociedad, empieza a diluirse y de esta manera, el compromiso colectivo de los ciudadanos con su urbe también disminuye. De hecho, se piensa que una de las debilidades culturales más preocupantes de Santa Cruz recae en la ausencia de un elemento referenciador urbano sólido debido, por ejemplo, entre varias razones, a su carácter de “ciudad nueva” que, aunque fue fundada en el siglo XVI, recién después de 1960 adquirió una escala urbana real comenzando a reconocerse como urbe hacia los años ´90.
Inaugurado un 6 de diciembre de 1996, el Monumento a la Cumbre de las Américas se construyó en tan solo tres meses para celebrar la Cumbre sobre Desarrollo Sostenible. Este encuentro presidencial interamericano, que tuvo lugar en Santa Cruz de la Sierra, buscó establecer una visión común para el futuro acorde a los conceptos de desarrollo sostenible haciendo énfasis en la salud, la educación, la agricultura sostenible y la forestación, las ciudades y comunidades sostenibles, los recursos de agua y las zonas costeras, la energía y los minerales. Siendo el logro más importante alcanzado el hecho de incluir aspectos económicos, sociales y ambientales en el desarrollo sostenible, también se logró el consenso sobre los recursos financieros, la transferencia de tecnologías, las responsabilidades, la cooperación, la biodiversidad y demás.
Frente a una comunidad cruceña tan heterogénea y dinámica, resultaría difícil que, desde algunas perspectivas, sus aspiraciones estuvieran representadas por los esbeltos campanarios religiosos, las casonas republicanas del auge gomero, las sedes empresariales de los ´80 o los centros comerciales neoliberales. Sin embargo, el Monumento a la Cumbre de las Américas parecía concentrar las condiciones propicias para convertirse en el elemento representativo de la urbanidad cruceña. El arquitecto suizo Mario Botta en asociación con Luis Fernández de Córdova e Roda S.R.L encabezaron la construcción de estos dos volúmenes que llegarían a reunir 2300 m3 por torre.
Ubicado hacia el sector oeste del Parque Urbano Central de Santa Cruz, rodeado de avenidas y calles adyacentes, el Monumento buscó crear una entrada al parque existente, que funcionara como espacio verde vital dentro de la histórica ciudad. Consolidando las dos esquinas del parque sobre el frente hacia la ciudad, la implantación de dos torres de varios niveles permitiría identificar un adentro y un afuera del mismo parque, delimitándolo y sirviendo de pórtico virtual abierto a la ciudad. Esta idea se reforzó con la conexión de los volúmenes desde dos trazos dinámicos: un canal de 23 fuentes de agua y un rayo láser aéreo como travesaño o dintel. Además, la orientación de estos volúmenes hacia el este permitió su uso como puntos de observación mientras al mismo tiempo enriquecían su simbología.
Sin representar a ninguna organización en especial y siendo apropiado de forma masiva por diversos sectores de la comunidad, el Monumento destaca valores universales y regionales a partir de simbolismos que no apelan a lo anecdótico. La propuesta conceptual involucra el planteo de dos volúmenes o torres aisladas que representan las dos Américas: del norte y del sur. Desde un inicio, lo cierto es que Botta entiende a América como una unidad, razón por la que ambos elementos son simétricos. Los volúmenes y sus conexiones virtuales plantean la expresión sutil de una realidad continental de “convivencia separada” entre el norte y el sur. Hablando de manera metafórica, se hace referencia a que la “unión” de las Américas depende de algo tan frágil como un interruptor eléctrico y una llave de paso hidráulica.
A través de las conexiones horizontales, se busca realzar la fuerza del paisaje llanero que rodea a la ciudad mientras una serie de escaleras interiores permiten el acceso a terrazas que se abren como miradores ofreciendo grandes vistas tanto de la ciudad como del parque. La presencia de detalles arquitectónicos permite reconocer diferentes elementos de la arquitectura tradicional de Santa Cruz tales como las celosías mudéjares, las galerías, etc. Las perforaciones en los volúmenes evocan a los balcones coloniales con celosías de madera y las terrazas diagonales reafirman la confianza cruceña hacia un futuro mejor tras recuperar la fuerza espacial y vivencial de las esquinas ochavadas del trazado colonial modificado en el centro histórico.
En palabras de Victor Hugo Limpias Ortiz, Mario Botta reconoce que un abismo separa a ambas Américas, y va más allá de crear una estimulante y acogedora alegoría política y arquitectónica. Su visión crítica queda expresada en los óculos del haz de láser, rememorando la curiosidad de ambas Américas por observarse una a otra, y en su abertura lateral al mostrar la desconfianza de esa observación constante.
Las torres, que son idénticas y se encuentran separadas por unos 100 metros de distancia, muestran una imagen antropomorfa. Hacia la parte superior y junto a los espacios técnicos, se asemejan a cabezas unidas por la noche a partir de aquel rayo de luz láser. Sobre la planta baja, dos columnas redondas quedan al descubierto manifestando una sensación de ligereza a las estructuras y nuevos puntos de vista sobre el parque. A nivel del suelo, las torres se conectan por un camino pavimentado donde las 23 fuentes de agua se distribuyen con una serie de intervalos regulares. La envolvente de las torres se resuelve con ladrillos rojos acompañados por una estructura de hormigón armado visto, como acto de honestidad material entre ambos elementos.