El hábito se inició a comienzos de la década de 1960, cuando viajó por primera vez a Europa con sus padres, en barco. El joven veinteañero que llegaría a convertirse en académico y a dirigir museos cursaba entonces el tercer año de la carrera de arquitectura, y aún no existían los teléfonos celulares para registrar y compartir todo al instante. Unos papeles, una lapicera recargable y algunos lápices de colores le bastaron sin embargo a Alberto Bellucci para crear un diario de viaje en el que realizó sus primeros croquis “al natural”.
Apenas un anticipo del millar que acumuló en 34 carpetas y cuadernos anillados de 20 x 40 cm, donde se refleja su paso por cuarenta países de cuatro continentes. Escenas esbozadas con velocidad: en minutos robados a un almuerzo con amigos o a un día de playa en familia, rodeado de observadores curiosos en el Taj Mahal, parado en un colectivo o desde el veloz paso de un tren en Rusia, e incluso desde un helicóptero en Estados Unidos. Los múltiples registros abarcan desde un cementerio en Iruya, Salta, hasta una vista de la Toscana o del templo de Amón, en Karnak.
Más de 130 de ellos pueden verse compilados ahora en el libro Ciudades observadas, editado junto a Florencia Rolla –su exalumna y heredera como titular de la cátedra Historia de la arquitectura en la UBA-, que puede conseguirse en la librería Notanpuan de San Isidro e incluye citas de autores como Johann Wolfgang von Goethe, Paul Verlaine, Ray Bradbury, Henry David Thoreau, Paul Auster, Clarice Lispector y Marc Augé, entre muchos otros.
Otros integran la muestra que se exhibe hasta el jueves en el Museo de Arquitectura (Marq). Curada por Martín Marcos, incluye además muchas de sus caricaturas de arquitectos donadas a la Sociedad Central de Arquitectos (SCA) y al Centro Documental de Arte y Arquitectura Latinoamericana (Cedodal): desde Justo Solsona y Jorge Gazaneo hasta Rafael Viñoly. El legado de este último, fallecido el año pasado, será recordado el lunes a las 18 en el Auditorio Amigos del Bellas Artes, en el marco de la 19º Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires.
“Alberto Bellucci no ha dejado de dibujar un solo día desde su adolescencia. Sus temas favoritos han sido las ciudades, los paisajes, la gente, sus viajes, la música y, por supuesto, la arquitectura”, señala Marcos, su sucesor en la dirección del Museo Nacional de Arte Decorativo (MNAD) desde 2017 hasta 2022, que buscó con esta exposición “reivindicar los valores del dibujo, cada vez más esquivos en tiempos de cultura digital”. Y que define a su colega no sólo como un maestro, sino también como “algo equivalente a ‘un hombre del Renacimiento’. Observador, culto, curioso, afable, erudito, conversador, docente, y también familiero, afectuoso y buen amigo”.
“Es una especie de renacer al final de la vida”, confiesa por su parte a LA NACION Bellucci, que acaba de cumplir 85 años y sigue dictando cursos de arquitectura, en forma presencial y online. Mañana ofrecerá dos visitas guiadas por su muestra en el Marq, con la misma energía con la que dirigió el MNAD y los museos de Bellas Artes y de Arte Oriental, presidió la Academia Nacional de Bellas Artes y fue miembro fundador de la Academia de Arquitectura y Urbanismo, entre muchas otras actividades que lo definen como un gran gestor cultural.
Designado Personalidad destacada de la cultura en 2012 y ganador del premio Konex de Humanidades en 2006, es autor de varios libros que incluyen Los croquis de viaje en la formación del arquitecto y el diseñador (1988); Breve Historia de la Arquitectura (1989); Viajes dibujados (1996); Dibujando Argentina (2004), Momentos vividos (2012) y Memorias de un director de museos (2018).
“Casi nunca el viajero tiene el tiempo necesario para escribir sus impresiones en directo frente a la escena que lo impacta o para dibujarla con la fruición detallista que quisiera –escribe Bellucci en Ciudades observadas-; las escenas pueden ser fijas o dinámicas, los objetos permanecerán estáticos o mudables, pero el observador que viaja está siempre en movimiento. Al menos es mi caso, ya que mi inquietud viajera suele no descansar en busca de escenas e instantes sorprendentes para el ojo y estimulantes para el lápiz. Es verdad que el escritor puede armar su escrito posteriormente, en base a los apuntes que tomó al pasar, y que el croquis rápido de un momento puede transformarse más tarde en cuadro definitivo, pero pienso que el dibujo de viaje debe nacer con una espontaneidad y una frescura que se agota si la ejecución no se hace in situ, inmediatamente”.
Según Bellucci, los croquis de viaje “tratan de fijar un detalle, recrear una sensación, transmitir una visión fugaz”, y por lo tanto no deben considerarse como “dibujos acabados en sí mismos”. “Hay que tomarlos como fragmentos de impresiones y frases sueltas –opina- que en vez de estar escritas se han dibujado”.
En ese proceso es posible descubrir mucho más que un paisaje exótico: hay algo de espíritu etnográfico en esa actitud aventurera de permanente búsqueda. “A lo largo de la historia muchas ciudades han ejercido con mayor o menor énfasis el reflejo de su sociedad”, señala Rolla en este libro, que comienza con visiones lejanas y va acercando el foco hacia calles, plazas, parques e interiores de casas, palacios, monasterios y aeropuertos. Según ella, el mayor desafío para el visitante de una ciudad es “percibir su esencia más allá de sus edificaciones, espacios abiertos y sus calles”.
¿Cómo se logra captar lo esencial en unos pocos minutos, y en condiciones muchas veces incómodas? Para un arquitecto que recorrió buena parte del mundo, “es importante aprender a mirar con actitud de viajero, más bien, viajar con intención de mirar lo que se ve”. Y si bien aclara que eso es posible en un rincón del patio familiar, la plaza vecina o el perímetro de la propia manzana del barrio, “es indudable que la secuencia de imágenes sorpresivas y rutinas diferentes que despierta la situación de viaje ayuda a potenciar el ojo receptor, ese magín personal que se activa en la medida en que uno mismo acepte activarse como observador asombrado”.
Ciudades observadas incluye varios testimonios de autores célebres que han escrito sobre sus peregrinajes. “Yo veo las ciudades de la tierra y, al azar, me hago una parte de ellas. Soy un parisiense genuino, un habitante de Viena, San Petersburgo, Berlín, Constantinopla –escribe Ítalo Calvino en Ciudades invisibles (1972)-. Vivo en Moscú, Cracovia, Varsovia o al norte, en Cristianía, Estocolmo, o en la siberiana Irkust, o en alguna calle de Islandia. Yo desciendo sobre todas estas ciudades, luego reanudo mi vuelo”.
Una metáfora similar describía Thoreau con estas palabras en Verano (1884): “Está, sin embargo, el consuelo del viajero más exhausto, sobre la ruta más polvorienta, de que el camino que trazan sus pies es tan perfectamente simbólico de la vida humana: por momentos ascendente por colinas y por momentos descendentes hacia los valles. Desde las cimas, él observa el cielo y el horizonte; desde los valles, mira hacia las alturas otra vez. Todavía recorre sus antiguas lecciones y, aunque pueda estar muy cansado y extenuado por el viaje, aun así la experiencia es sincera”.
En ese mismo camino de aprendizaje parecía encontrarse Roberto Frangella, arquitecto, escultor y pintor argentino, cuando dejó junto a sus croquis cordobeses de 1987 una nota manuscrita que ahora cita Bellucci: “Cada vez que conozco otros lugares, otras maneras de vivir, otros paisajes, quedo tan impresionado que siento un deseo enorme de comprenderlos, de entenderlos, de vivirlos, y por eso los dibujo; es así, recorriéndolos con mi lápiz como los siento más míos y puedo transmitirlos en casa cuando regreso. En estos dibujos anoto con todo mi sentimiento lo que percibo, y cuando los hago siento como una comunión entre este nuevo lugar y yo.”
El autor recuerda además una frase de Le Corbusier, arquitecto franco-suizo fallecido en 1965, que también realizó numerosos croquis de viajes: “Se dibuja para llevar las cosas vistas al interior de cada uno, a la propia historia”. Su libro concluye con otra de Ibn Yuzayy, escrita en 1354 en Los viajes: “Viajar te deja sin palabras y después te convierte en un narrador de historias”.
LA NACIÓN