Hacia el año 1949, la ciudad de Buenos Aires encabezaba la construcción del Sexto Panteón en el barrio de Chacarita. De carácter monumental y estilo brutalista, esta necrópolis subterránea resultó ser la primera y mayor experimentación de arquitectura moderna en el ámbito funerario. Diseñada por Ítala Fulvia Villa, una de las primeras arquitectas argentinas y planeadoras urbanas, y además pionera del modernismo sudamericano, junto a su equipo conformado por Leila Cornell, Raquel S. de Días, Gunter Ernest, Carlos A. Gabutti, Ludovico Koppman y Clorindo Testa, esta obra fue descubierta por Léa Namer quien desarrolló una profunda investigación reflexionando sobre el legado de una utopía moderna y de una feminista relectura de la historia.
“Chacarita Moderna: la necrópolis brutalista de Buenos Aires” presenta la investigación encarada por Léa Namer de la mano de una reflexión más amplia sobre la relación de las sociedades contemporáneas con la muerte y los cementerios. Haciendo incapié en contar desde su conexión con la historia de Ítala Fulvia Villa hasta conocer a algunos de los cuidadores del Sexto Panteón, el libro destaca el contexto, proyecto y diseño de un lugar de descanso colectivo como un arte delicado para los profesionales de la arquitectura donde, en esta ocasión, el estilo brutalista y la plasticidad del hormigón fueron capaces de aportar una nueva estética funeraria junto a la monumentalidad necesaria para un sitio de estas características.
“Pasamos por la entrada principal y el incesante bullicio de la ciudad finalmente se calmó. La impresionante extensión del cementerio se revelaba a cada paso: Chacarita era una ciudad dentro de una ciudad de 95 hectáreas, con calles y avenidas por las que incluso podían circular automóviles.” – Léa Namer
Ítala Fulvia Villa comenzó a estudiar arquitectura hacia 1930 en la Universidad de Buenos Aires. Entendiendo a la práctica arquitectónica como un trabajo colectivo, este enfoque formó una parte importante de su práctica permitiéndole construir el proyecto que eludió a sus colegas masculinos: la ciudad moderna. Siendo la sexta mujer en graduarse de la Facultad de Arquitectura en 1935, para el año 1950 ya se encontraba trabajando en la Dirección General de Arquitectura y Urbanismo, y le habían sido adjudicados el diseño y la dirección de dos nuevos panteones, el Gran Panteón del cementerio de Flores y el Sexto Panteón en Chacarita.
“Mi fascinación con tu Sexto Panteón se debió principalmente a su organización subterránea y la puesta en escena del descenso hacia el mundo de los muertos. La visita confirmó mi intención de centrar mi investigación únicamente en tu necrópolis subterránea.” – Léa Namer
Durante la época de dominación española, era costumbre en Buenos Aires como en todas las ciudades de Iberoamérica, enterrar los cuerpos en espacios sagrados. Los fallecidos pertenecientes a las familias más adineradas de la sociedad eran enterrados dentro de las iglesias mientras que los cementerios albergaban las tumbas del resto de la población. Por razones de higiene, la corona española decretó trasladar los cementerios fuera de las ciudades y aunque varias décadas pasaron para poner en práctica el decreto en España y América del Sur, los cementerios se convirtieron en un tema de estudio para la Real Academia Española de Bellas Artes. Después de la independencia de Argentina en 1816, Buenos Aires comenzó a implementar pautas sanitarias en el marco de un gran desarrollo urbano debido al crecimiento demográfico y a varias epidemias que saturaron las necrópolis existentes.
Buenos Aires cuenta con tres cementerios públicos: el de Recoleta, San José de Flores y Chacarita, destinados a diferentes clases sociales demostrando la segregación económica de la ciudad incluso en el espacio funerario. El cementerio de Recoleta fue inaugurado en 1822 y alberga las tumbas de la aristocracia y familias ilustres de Argentina. El cementerio de San José de Flores, inaugurado en 1867, se ubica al sur de la ciudad mientras que el cementerio de Chacarita, el más grande del país y de los más grandes del mundo, fue inaugurado en 1886 como el “Cementerio de Occidente” perteneciendo a la clase media y alojando a algunas figuras del deporte y de la música. Además, alberga el único crematorio de la ciudad y presenta un conjunto arquitectónico ecléctico que mezcla bóvedas y mausoleos, tumbas en la tierra, osarios, galerías de nichos funerarios y panteones.
El nombre “Chacarita” proviene de chacara o chacra, que significa “granero” o “campo” en lengua quechua y hace referencia al pasado agrícola de la tierra. Hacia 1871, se fundó un primer cementerio para enfrentar la epidemia de fiebre amarilla, que dejó entre 15.000 y 20.000 fallecidos, el 10% de la población. La situación fue tan preocupante que se creó una línea de tranvía para transportar los cuerpos a sus entierros. Los primeros sepelios tuvieron lugar en el actual Parque Los Andes y la Ciudad adquirió la tierra adyacente que ahora corresponde a la ubicación actual del cementerio.
Juan A. Buschiazzo diseñó el nuevo cementerio supervisando su construcción entre 1882 y 1886. El proyecto presentó un trazado ortogonal al que se superpusieron callejones diagonales, inspirados en la ciudad de La Plata. Un eje mayor permitía conectar la entrada principal, las oficinas administrativas, la capilla y el crematorio realzando las perspectivas de la necrópolis mientras ciertos carriles se destinaban a automóviles y otros a peatones; y los sectores de entierro se dividían entre terrenos abiertos y galerías de nichos. Desde su inauguración, la organización de la necrópolis se reajustó en varias ocasiones debido a los numerosos cambios urbanos y demográficos de la ciudad.
En paralelo al proceso de modernización de Buenos Aires, la Ciudad planteó optimizar sus cementerios. En 1935, una Resolución del Honorable Concejo Deliberante convocó a pensar en un proyecto de desarrollo con las características de un cementerio-parque. La propuesta consistía en un cementerio-parque vertical con una necrópolis subterránea al estilo de las antiguas catacumbas y el nivel del suelo libre para un parque. Esta tipología abrazó la racionalización espacial al densificar al máximo las parcelas, y técnica al confiar en las innovaciones constructivas de la época, como el uso de excavadoras hidráulicas y muros de contención. La arquitectura subterránea se organizó en torno a patios para conectar los espacios, iluminarlos y ventilarlos. Los nichos de las tumbas se trataron como elementos modulares, alineados y superpuestos en varios niveles a ambos lados de las galerías, permitiendo una densificación óptima de la necrópolis.
Existían cinco panteones subterráneos en la entrada al cementerio de Chacarita, pero dado que no fueron suficientes para aliviar la congestión en la necrópolis, en 1946 se inició un estudio para construir un sexto panteón. El proyecto implicó la construcción de 9 galerías subterráneas nuevas en una parcela de 300 metros de lado. El programa fue diseñado para alojar unos 150.000 entierros: 96.000 nichos para ataúdes, 7.000 para huesos y 42.000 para urnas, y la construcción se desarrolló en tres fases entre 1949 y 1966, dividiéndose en ocho tramos triangulares delimitados según la trama original de calles.
“Al contrario de las formas funerarias clásicas, como las tumbas o bóvedas, a través de las cuales cada uno afirma su individualidad y poder social—tu Sexto Panteón abogó por una visión social igualitaria. Todos eran iguales e idénticos, con la misma placa de travertino de 62 centímetros de alto y 78 centímetros de ancho como espacio conmemorativo.” – Léa Namer
La segunda fase entre 1955 y 1958 corresponde a la llegada de Ítala Fulvia Villa; quien decidió densificar el diseño inicial agregando un segundo nivel de sótano. El nivel superior del Sexto Panteón se compone de una extensión de césped de 90.000 metros cuadrados con senderos peatonales y patios rectangulares de diversos tamaños. En las cuatro esquinas de la parcela, los laterales y el centro, se ubican los nueve pabellones de hormigón conformando las entradas a las galerías subterráneas. Las paredes de hormigón con formas geométricas alteran las percepciones de sus visitantes mientras las alineaciones de las rejillas de extracción de aire aportan un toque de color y realzan sus caminos, y las copas de los árboles de los patios sorprenden sus miradas.
“El proyecto no me habría fascinado tanto si no te hubieras alejado de la estética clásica de Modernismo temprano de la década de 1930 y si no hubieras hecho uso tan sutil del hormigón. A partir de la sutileza de motivos, la textura del hormigón y el juego de luces y sombras a través de las celosías de hormigón, sentí la especial atención que prestaste a los visitantes de tu necrópolis.” – Léa Namer