Resistiendo un contexto adverso y sorteando sus restricciones, emerge el Grupo Finca, un colectivo que investiga la práctica de la arquitectura desde una dimensión artística y pedagógica en La Habana, Cuba. Dada la complejidad de la situación política y social del país, la arquitectura informal es moneda corriente: los bajos recursos, la dificultad para conseguir materiales, los costos elevados y la falta de mano de obra calificada, entre otros, son algunos de los desafíos a los que se enfrentan los profesionales independientes de la arquitectura. Sumado a la ausencia de un marco legal regulatorio que les permita trabajar en condiciones formales tanto en el mercado laboral como para obtener materiales e insumos, la construcción de arquitectura contemporánea en Cuba se ve relegada a los procesos independientes que puedan superar estos obstáculos de alguna manera.
Además, las comunidades más vulnerables se ven especialmente afectadas, ya que, a falta de políticas públicas eficientes, ven sus barrios y espacios de reunión en decadencia. El Grupo Finca presenta en este sentido una potente reflexión sobre el espacio público, donde son ellos mismos, de forma independiente, quienes tienen la posibilidad y las herramientas para transformarlo y devolver espacios de calidad a las comunidades. El colectivo propone un modelo de acción partiendo de la libertad de trabajar sin encargos específicos ni clientes.
Como equipo, encontramos en el actuar sin encargo y en la informalidad de nuestra ciudad un vacío legal donde podríamos operar. Reconocemos el valor de la ciudad intuitiva, aquella que crece de manera orgánica desde la necesidad de refugio, y nos posicionamos de manera crítica ante la gestión gubernamental. Abordamos el espacio público como ciudadanos activos, apropiándonos de un derecho político hacia la regeneración de nuestro entorno. Aquí, conexa a la transformación, toma forma el aula. En el escenario que cambia surge inmediatamente otra transmutación: la de los sujetos. Entonces, se libera un proceso educativo, encauzado hacia una visión crítico-espacial de la pedagogía.
En un vacío urbano olvidado y antes utilizado como basural en la comunidad de Los Pocitos, se emplaza Inua, una instalación de columpios que actúa además como una extensión del aula de una escuela del lugar. El lugar casi que contaba ya con todos los materiales para su ejecución, solo faltaba su diseño y articulación. El proceso de la construcción fue colectivo, involucrando a la comunidad que desde el principio abrazó el proyecto como propio.
El proceso de realización fue reflejo de libertad y los rostros, de esperanza; una que movilizó, removió en algún sentido la visión que sobre sí misma tenía la gente en relación con el espacio. El basurero parecía una verdad inamovible, y nada más lejano fue. Desapareció mientras se revelaba una fuerza de cambio. Cerca de las once de la noche, se proyectaban figuras desde una azotea. Sonaban voces, el violín y el tambor; la alegría también sonaba: Inua estaba naciendo.
El proyecto Inua demuestra que, a pesar de las limitaciones, es posible transformar espacios urbanos mediante la colaboración comunitaria y la creatividad. Este enfoque no solo soluciona las carencias inmediatas, sino que también establece un modelo para la intervención arquitectónica en contextos adversos, mostrando que la resiliencia y la innovación pueden generar un impacto positivo duradero en las comunidades.