En una ladera del Ilaló, dentro de una urbanización comprometida con el manejo responsable del agua, la vegetación nativa y la integración paisajística, se implanta la Casa de los Cuartos Rodantes. Diseñada para una joven pareja con una visión sensible sobre el habitar, esta vivienda se plantea como una alternativa consciente a los modelos tradicionales de construcción en zonas rurales de expansión urbana. Desde su origen, el objetivo fue proyectar un hogar que se inserte con respeto y economía de medios.

La estrategia principal fue leer el terreno con precisión: topografía, orientación, vistas y vegetación. Se evitó modificar la pendiente, adaptando el volumen a las curvas de nivel y evitando cortes o rellenos. La cimentación y los primeros muros son de piedra del sitio, aportando masa térmica y continuidad con el entorno. Sobre estos se levanta un muro de tapial calicostrado, técnica ancestral de tierra compactada estabilizada, que cumple funciones estructurales, térmicas y programáticas.

Bajo una gran cubierta inclinada apoyada en el muro de tapial y una estructura de madera laminada, se genera un espacio continuo y flexible. Esta cubierta no solo protege, sino que permite múltiples formas de uso. La casa no tiene particiones fijas; todo se organiza en torno a un muro servidor y una serie de elementos móviles que transforman el espacio según necesidad.

Dos grandes cajas rodantes de madera contienen los espacios privados: un dormitorio principal con closets y peinadora, y un estudio que también funciona como sala de TV con sofá cama empotrado. Estas cajas se mueven dentro del volumen, posibilitando distintas configuraciones espaciales: abrir para reuniones, cerrar para privacidad, reorganizar según la luz, el clima o el estado de ánimo.

El estar se compone de módulos bajos con respaldos móviles; el comedor tiene una mesa rodante y sillas ligeras. La isla de cocina es el único elemento fijo y actúa como remate visual. Los servicios se alojan entre los contrafuertes del muro de tapial, liberando el resto de la planta.

La casa establece una relación compleja con el entorno: al norte se protege visualmente, mientras que al sur se abre hacia el paisaje del valle mediante un deck continuo. No hay una entrada principal definida; el acceso se da de forma fluida, diluyendo la frontera entre arquitectura y paisaje.

Un volumen independiente acoge el taller de cerámica, separado intencionalmente para diferenciar la actividad creativa de la vida doméstica. Este se implanta en un desnivel sin modificar el terreno y se conecta con el conjunto mediante caminerías de piedra que articulan parqueadero, gradas, bodegas y huerto.

El paisaje se plantea como extensión del ecosistema local: especies nativas, césped mínimo y un huerto integrado al sistema de vida. El agua se gestiona con sistemas de infiltración, separación y tratamiento biológico, complementado con energía solar térmica y fotovoltaica.

Más que una casa, este proyecto es una herramienta para habitar de forma adaptable y consciente. Una arquitectura viva, en transformación constante, que responde al entorno, al tiempo y a las personas.
