El encargo original consistió en construir una casa de vacaciones en un viñedo, a las afueras de San Miguel de Allende, en el estado de Guanajuato. Desde el inicio, el propósito fue establecer un vínculo entre la arquitectura y la vinicultura mediante la exploración del concepto del tiempo. San Miguel de Allende, fundada en el siglo XVI bajo el nombre de San Miguel el Grande, surgió en una época en que los frailes franciscanos introdujeron el cultivo de la vid en México. Este hecho histórico no solo marcó el inicio de la producción vinícola en la región, sino que también influyó en el desarrollo de una arquitectura de carácter monástico.
Concebida como un refugio para la contemplación, la vivienda está organizada en cinco volúmenes independientes que se abren hacia jardines y viñedos, generando una relación constante con el entorno. Un pasillo transversal conecta los espacios y estructura la circulación, mientras una entrada de doble altura actúa como umbral entre el exterior y el interior. El ala oeste alberga las áreas comunes, y las habitaciones privadas se disponen en el ala este.
La elección de materiales responde a una búsqueda de sencillez y atemporalidad. Se emplearon piedra local, mármol mexicano sin pulir para los suelos y pintura de cal aplicada a mano, logrando una textura natural y uniforme. Así, la casa adquiere un carácter sobrio y esencial, donde el paso del tiempo se refleja en cada superficie, evocando la idea de Luis Barragán de que «el tiempo también pinta» y a la noción de que la belleza es imperfecta y surge con el paso del tiempo.



 
															





 
                       
                       
                       
                      