Brasilia, la futurista capital de Brasil inaugurada en 1960, aún era un páramo cuando en Río de Janeiro se ponían los cimientos del que estaba llamado a ser el primer gran edificio de la arquitectura moderna brasileña. El palacio Capanema, construido como sede del Ministerio de Educación, es una joya en la que participaron Le Corbusier, Lúcio Costa y Oscar Niemeyer. Tras una década cerrado, en la que a punto estuvo de pasar a manos privadas, este rotundo edificio de hormigón y cristal reabre ahora totalmente restaurado y con vocación de convertirse en un gran epicentro cultural.
El edificio es un rectángulo perfecto incrustado en el centro de Río de Janeiro: una caja de cerillas puesta en pie que parece flotar sobre decenas de pilotis, las columnas independientes en la planta baja tan representativas de la arquitectura moderna. Se empezó a construir en 1937 y se terminó en 1945. Sus novedosas soluciones y su estética rompedora para la época marcaron un antes y un después.
Las obras de restauración han costado 84 millones de reales (unos 15 millones de dólares) y el principal desafío ha sido encontrar materiales y piezas que ya no se fabrican, como las lámparas o el linóleo color chocolate del suelo. Lo contó esta semana, durante una visita para la prensa y autoridades, el directivo del Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (IPHAN) Andrey Schlee, orgulloso de volver a ver brillar una joya que marcó un antes y un después en la historia de la arquitectura brasileña. “Es de 20 años antes que Brasilia. Aquí ya están concentrados todos los elementos que permiten que se hable de una arquitectura modernista brasileña”, decía orgulloso.

La historia del palacio Capanema tiene mucho de ambición y osadía. Era el Brasil del Estado Novo, la dictadura de Getúlio Vargas, que quería proyectar un Brasil fuerte cuando el mundo estaba a las puertas de la Segunda Guerra Mundial. El entonces ministro de Educación, Gustavo Capanema, quiso reunir las dispersas oficinas gubernamentales en un único edificio en la entonces capital, Río, y realizó un concurso público.
El ganador fue un proyecto de arquitectura ecléctica, como tantos otros, que no le convenció. No tuvo reparos en dar marcha atrás y convocar a algunos de los desclasificados: Lúcio Costa, Affonso Eduardo Reidy, Carlos Leão, Jorge Moreira y Ernani Vasconcelos. Después se unirían un treintañero Oscar Niemeyer (que aún no había firmado ningún edificio) y el maestro Le Corbusier, que actuó como consultor.
“Vamos a hacer una cosa valiente, interesante, vale la pena. Compondremos una comisión con esos chavales para hacer un proyecto del Palacio del Ministerio de Educación y Salud Pública, libremente. Les daremos la oportunidad de hacer una cosa avanzada”, dejó escrito el ministro, como recoge el libro Capanema Maru, de Sandra Branco Soares. Le Corbusier opinó y dio su visto bueno, pero en cuanto dejó Río, los jóvenes arquitectos brasileños modificaron su proyecto: hicieron el edificio más alto (16 pisos), lo que liberaba espacio para crear una gran plaza pública y le daba un aire más monumental.
Las obras avanzaron a pesar de numerosos contratiempos y retrasos, pero dieron lugar a un edificio repleto de detalles a pesar de su aparente austeridad: Uno de sus secretos está en los tonos de azul cielo que aparecen sutilmente, desde la azotea hasta los brise-soleil, las placas para controlar la iluminación desde la fachada. Son del mismo color que las cúpulas de la vecina iglesia barroca de Santa Luzia. Se establece así un diálogo entre lo antiguo y lo moderno que Costa se esforzó en mantener a lo largo del tiempo.
En los años ochenta, durante una restauración del edificio, el arquitecto se frustró al ver que se estaba repintando con un azul que no era exactamente el que él concibió, así que él mismo hizo la mezcla para dar con la tonalidad perfecta. Desde entonces, ese azul quedó registrado como azul Lucio Costa. El verde lo ponen los jardines de Burle Marx, el gran paisajista brasileño, pionero en el uso de plantas tropicales autóctonas. La fachada a pie de calle está recubierta de azulejos con motivos marinos de Candido Portinari, que también decora los interiores con varios paneles.

Todas las obras de arte fueron minuciosamente preservadas durante uno de los periodos más convulsos que vivió el edificio: en 2016, el entonces presidente Michel Temer, que había llegado al poder tras un controvertido proceso de impeachment contra Dilma Rousseff, decidió suprimir el Ministerio de Cultura (cuyo embrión, décadas atrás, surgió en este edificio).
Cientos de artistas y jóvenes activistas ocuparon el palacio a modo de protesta. Los grandes salones albergaban asambleas y cocinas comunitarias, pero por todos lados se veían cuerdas protegiendo cuadros y mobiliario con carteles del estilo “Cuidado, este patrimonio es nuestro”. Durante los meses del Ocupa Minc (Ocupa el Ministerio de Cultura) los bajos del edificio eran un enjambre de gente, donde cada noche se improvisaba algo: igual tocaba una orquesta sinfónica que cantaba Caetano Veloso.
Tras el cierre, el Capanema pasó cuatro años acumulando polvo, y en 2021, el Gobierno de Jair Bolsonaro intentó ponerlo a la venta en una subasta de inmuebles del Estado. La decisión generó tal polémica que rápidamente se dio marcha atrás.
El objetivo ahora es que el palacio recupere su vocación popular, porque buena parte del edificio será visitable. El 60% tendrá usos culturales, y el resto albergará organismos oficiales. Entre los espacios a los que accederá el público estarán los despachos del ministro y del jefe de gabinete, cargo que ocupó el célebre poeta Carlos Drummond de Andrade, acérrimo defensor del edificio ante los críticos de su época: “El más débil [políticamente] de los ministerios iba poco a poco venciendo la ironía de unos, la mala fe de otros y la indiferencia de muchos”, escribió en sus anotaciones personales.

La azotea, con sus espectaculares vistas sobre la bahía de Guanabara y el centro de Río, albergará un restaurante y una cafetería. En el cuarto piso, los sinuosos muebles recibirán fondos de la Biblioteca Nacional abiertos a consulta pública, y el octavo se ha dejado con la disposición y los muebles originales de los tiempos de las oficinas del ministerio. A pesar de las separaciones de madera, el ambiente es luminoso y diáfano: el edificio también fue pionero en crear una planta libre que podía modificarse fácilmente.
El palacio Capanema reabrirá oficialmente el próximo día 20 con una ceremonia en la que participará el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, y a partir de ahí se espera que su agenda de actividades sea intensa. En julio albergará la cumbre de los presidentes de los BRICS. Con el esplendor original de vuelta, el Gobierno brasileño también planea presentarlo a la Unesco como candidato a Patrimonio de la Humanidad.