Integrar elementos naturales en el diseño arquitectónico ha sido durante mucho tiempo una búsqueda fundamental para crear entornos cómodos y sostenibles que mejoran tanto el bienestar individual como la relación entre los edificios y su contexto circundante. En áreas con paisajes vastos, incorporar elementos naturales es esencial para conectar la arquitectura con su sitio. Por el contrario, en entornos urbanos densos dominados por estructuras construidas, introducir áreas verdes se vuelve cada vez más vital, reintroduciendo la naturaleza en la llamada «jungla de concreto.»
Sin embargo, más allá de las características paisajísticas convencionales—como fuentes de agua, muros verdes, jardines o patios—los arquitectos y arquitectas están redefiniendo lo que significa construir con la naturaleza. El enfoque se ha desplazado hacia una integración profunda de la arquitectura con su entorno natural, creando experiencias espaciales inmersivas que difuminan los límites entre lo construido y lo orgánico – de alguna manera, «domando» la naturaleza. Cuando se ejecutan con éxito, estos diseños van más allá de fomentar el bienestar o promover un estilo de vida saludable; evocan una profunda sensación de tranquilidad, poder y armonía, transformando la manera en que percibimos y habitamos el espacio.

Tras el período de posguerra, los avances tecnológicos y los materiales de construcción permitieron a los arquitectos/as construir estructuras más altas, fuertes y resilientes. Esta era se caracterizó por un impulso por superar los límites de la altura, la eficiencia estructural y la innovación en ingeniería. En el contexto actual, donde la búsqueda de la verticalidad extrema ha alcanzado su punto máximo, los profesionales de la arquitectura están cambiando su enfoque. Aprovechando la tecnología contemporánea, están explorando nuevas formas de diseñar espacios que fomenten una renovada apreciación por la naturaleza—desafiando los límites convencionales y redefiniendo la relación del entorno construido con el mundo natural.
Caminando con el agua: un enfoque radical a la arquitectura sumergida
El agua es a menudo considerada uno de los mayores desafíos de la arquitectura—ya sea en prevenir filtraciones, diseñar para áreas propensas a inundaciones, o resistir la presión del agua en espacios habitables. Tan impredecible como es el agua, arquitectos/as y diseñadores han buscado continuamente formas de controlarla e integrarla en experiencias arquitectónicas. Uno de los ejemplos más tempranos e icónicos de este esfuerzo es la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright (década de 1930), que fusiona magistralmente la forma construida con un arroyo en cascada, creando la ilusión de armonía entre la naturaleza y la estructura.
Edificándose sobre esta fascinación por domar el agua, el Museo de Arte Zaishui de Junya Ishigami lleva el concepto a una escala sin precedentes, disolviendo la arquitectura en el agua en lugar de simplemente integrarla. A diferencia de las estrategias convencionales de impermeabilización que tratan los edificios sumergidos como «tinas» selladas, separando el agua de los espacios habitables, el diseño de Ishigami permite que el agua fluya directamente a través del edificio. Con una longitud asombrosa de 1 km, la estructura no solo está construida cerca o por encima del agua, sino que está completamente sumergida en ella, permitiendo que el agua entre desde ambos lados del edificio, redefiniendo la relación entre la arquitectura y su entorno natural.

El resultado es una experiencia espacial hipnótica—caminar a través del museo se siente como caminar junto al agua misma. Los visitantes no solo ven y oyen el movimiento del agua del lago recién creado, sino que también interactúan físicamente con su presencia. Dentro del museo, el agua se mueve suavemente, controlada por sutiles intervenciones arquitectónicas. Pendientes de suelo cuidadosamente diseñadas mantienen un delicado equilibrio entre espacios húmedos y secos sin separaciones visibles o físicas, permitiendo que los humanos coexistan con el agua en lugar de estar completamente protegidos de ella. Los cerramientos de vidrio, en lugar de extenderse completamente hasta los cimientos, dejan deliberadamente huecos en la base, permitiendo que el agua fluya dentro y fuera mientras mecanismos absorben fuerzas laterales tanto de las corrientes de agua como del viento. Esta sincronización entre los niveles de agua interior y exterior crea un efecto «filtrado»—donde el agua dentro del museo refleja el movimiento del lago circundante pero con un movimiento suavizado, reforzando la ilusión de control arquitectónico sobre la naturaleza.

Lograr una interacción aparentemente sin esfuerzo con el agua requirió una base compleja y altamente ingenierizada. Un sótano impermeable, oculto bajo la estructura sumergida, alberga sistemas esenciales de HVAC, MEP y drenaje, manteniendo los elementos técnicos fuera de la vista. Además, un sofisticado sistema de gestión del agua regula las fluctuaciones causadas por la lluvia o los cambios en los niveles del lago, asegurando que las áreas secas permanezcan habitables. A pesar de su apariencia poética y tranquila, el diseño de Ishigami está sustentado por una red de mecanismos ocultos que coreografían cuidadosamente el movimiento del agua dentro del espacio.

Más allá de su escala, el Museo de Arte Zaishui evoca una profunda sensación de poder—ofreciendo a los visitantes la rara experiencia de caminar dentro de un espacio interior donde el agua está aparentemente controlada, pero nunca completamente contenida. El resultado es una estructura que no solo resiste a la naturaleza, sino que entabla un diálogo continuo con ella, creando una atmósfera de equilibrio, tranquilidad y autoridad silenciosa sobre las fuerzas incontrolables del mundo natural.

Encuentros de texturas: acercando los detalles de la naturaleza
El edificio 35 Green Corner de Anne Holtrop redefine la relación simbiótica entre la arquitectura y la naturaleza al acercar experiencias texturales en proximidad íntima. En lugar de participar en un gran diálogo de control sobre vastos paisajes—como sumergir a los visitantes en agua—el proyecto reimagina elementos naturales como la arena y la piedra, presentándolos en materiales alternativos y congelándolos en el tiempo. Esta transformación invita a los visitantes a una interacción táctil y personal con el lenguaje de la naturaleza, creando una experiencia controlada pero evocadora.

La noción de control en este proyecto difiere significativamente de los enfoques convencionales. En lugar de manipular físicamente las fuerzas naturales, se centra en la representación material—creando una ilusión dentro de un marco controlado. En entornos naturales, los visitantes pueden experimentar superficies de roca y texturas arenosas de cerca, incluso en entornos interiores. Por ejemplo, en el Templo de Batu Caves en Kuala Lumpur, las inmensas formaciones rocosas dan forma a la experiencia espacial. Mientras que estos elementos naturales contribuyen a la atmósfera y la escala monumental del templo, permanecen pasivos—uno los observa, pero rara vez interactúa con ellos directamente.
En contraste, el edificio 35 Green Corner trae las texturas de la arena y la piedra a un compromiso físico inmediato. Los paneles de arena fundida, ubicados al alcance de la mano, invitan a los visitantes a tocar e interactuar con sus superficies. La escala compacta del edificio—que no mide más de 6 metros de ancho—amplifica aún más esta intimidad, asegurando que los habitantes se muevan en relación cercana a estas texturas elaboradas. Los paneles mismos difuminan la línea entre estructura y función—algunos permanecen fijos como parte de la fachada, expresando fuerza estructural, mientras que otros sirven como elementos operables, como puertas y umbrales. Este camuflaje deliberado fomenta una conexión táctil, ya que los usuarios descubren entradas a través del tacto en lugar de la vista.

Más intrigante aún, el proyecto de Holtrop logra este efecto no utilizando materiales naturales auténticos, sino replicándolos a través de un medio completamente diferente. A través de una cuidadosa manipulación y fabricación de materiales, el edificio doma la presencia de la arena y la piedra—transformándolos en elementos arquitectónicos que capturan la esencia de la naturaleza sin depender de sus formas crudas. Al hacerlo, el proyecto ofrece una reinterpretación refinada y controlada de las texturas naturales, demostrando cómo la arquitectura puede evocar una atmósfera de autenticidad material a través de la abstracción y la artesanía.

Un diálogo con el terreno: arquitectura que enmarca la evolución de la naturaleza
¿Y si la arquitectura no solo se sumerge en la naturaleza o la representa de nuevo, sino que en cambio se convierte en una representación de la propia naturaleza? Esta fue la ambición fundamental detrás del Museo de Arte Teshima, completado en 2010 por Ryue Nishizawa. En lugar de simplemente sumergir la estructura en el pintoresco paisaje de la región de Setouchi y la isla de Teshima, Nishizawa buscó revelar la belleza de las formas del terreno—no al verlas desde arriba, sino al habitarlas desde abajo. El objetivo del proyecto no era replicar las texturas o materiales de la naturaleza, sino encarnar su forma y geometría.

Al integrarse con el paisaje, el Museo de Arte Teshima ofrece a los visitantes una experiencia espacial como ninguna otra. Encerrados dentro de su fluida cáscara de hormigón blanco, los visitantes se encuentran apreciando los contornos de la isla de una manera completamente nueva. El terreno natural se convierte en el techo del museo—definiendo el límite entre el interior y el exterior, enmarcando el cielo y el paisaje circundante, y finalmente fusionándose de nuevo con el terreno. En este momento, el visitante es abrazado por una abstracción de la naturaleza—su forma y su presencia, en lugar de su materialidad.
El proyecto no solo fue inspirado por la tierra—fue físicamente moldeado por ella. Colaborando con ingenieros estructurales, la ultradelgada estructura de hormigón del museo fue fundida directamente de los contornos naturales de la isla, creando una continuidad sin fisuras entre la arquitectura y el sitio. Una vez que la forma fue establecida, se necesitaron seis semanas para excavar cuidadosamente el interior, un proceso que resalta la precisión técnica detrás de su diseño aparentemente sin esfuerzo. El resultado es una estructura que captura y preserva la topografía de la isla en un momento congelado, pero que permanece profundamente conectada a su paisaje en evolución. Más que un diálogo entre la forma construida y la naturaleza, el proceso de construcción en sí se convirtió en una interacción con la tierra—primero tomando su forma, luego remodelándola a través de la excavación, y finalmente devolviendo la tierra desplazada a la isla, completando un ciclo de transformación.
Sin embargo, a pesar de su forma estática, el museo invita a la contemplación del cambio. La tierra que lo rodea continúa cambiando—la vegetación crece, la erosión altera los contornos de los montículos—mientras que el museo permanece inquebrantable. Esta yuxtaposición transforma el proyecto en algo más que un edificio; se convierte en una meditación sobre el tiempo, la naturaleza y la manera en que percibimos el suelo que tenemos debajo. Al traducir la topografía de la tierra en una experiencia arquitectónica, el Museo de Arte Teshima eleva algo que a menudo se da por sentado—nuestro propio terreno—en un sujeto de apreciación y reflexión.
